martes, 26 de agosto de 2008

Terminaron los Juegos Olímpicos Beijing 2008

El lunes 25 de agosto de 2008 me levanto como todos los días, al amanecer, pero me siento raro. Es como si estuviera vacío, sin rumbo. Ya me tomé mis sorbos de agua hervida. Al rato mi jugo de guayaba natural, y poco después, todo espaciado, mi buchito de café. Ahora espero para tomarme mi huevo crudo. Entre rato y rato pasa un rato grande, pero yo sigo desorientado, mirando a la pared.
Hace dos o tres días ya estaba deseando que terminara, pero ahora que terminó de verdad, veo que me he quedado sin nada en las manos. Y es que el domingo 24 de agosto se acabó la Olimpiada de Beijing 2008. Ya el lunes 25 no prendí el radio como todas las mañanas para orientarme rápido con los últimos resultados. Ni del radio salté a encender el televisor y poner el canal olímpico para entonces quedar clavado frente al partido de béisbol, de fútbol, de baloncesto, de voleibol, o mirando la natación con Michael Phelps, quien me sirve de inspiración al ver un ser humano radiante, lleno de vida, de salud, de fuerza inigualable, de voluntad. Ocho medallas de oro, con siete marcas mundiales, es algo que no ha hecho nadie en toda la historia. El gigantesco récord del heroico Mark Spitz cayó ante este hombre que parecía estar dándole simultánea a los demás nadadores.
No me dejo engañar. Me gusta ver la grandeza porque me hace desearla, y aunque no pueda llegar a ella de esa manera, me hace crecer para lo mío, que es la lucha conmigo mismo, el superar mis propias marcas, el ser más grande que yo mismo cada vez más. De esta forma crezco sin quedar aplastado por el bello espectáculo.
Son tantos los hércules y las diosas de la victoria que pasan ante mis ojos que vivo intensamente pero no puedo recordarlo todo y una gran multitud de escenas, de gestos de victoria y de dolor, de justicia e injusticias, pasan a mi inconsciente para acomodarse allí y no irse jamás.
Los Juegos Olímpicos se fueron, y no está mal que haya sido así. Ya mi mujer me miraba con mala cara y me tiraba chinitas sobre que si todo lo tenía que hacer ella. (YO como si conmigo no fuera). Solamente obligado hacía un tiempo para las necesidades más urgentes, y cuando tenía que bañarme, al baño me llevaba el radio portátil, y si había que comer, a la mesa iba el consabido portátil.
Terminaron los Juegos y ahora sé que tendré que volver a ir a buscar el pan por la mañana y a botar la basura. Éstas y otras son obligaciones compartidas que hay que asumir. Pero durante 16 días de mi vida no hubo más que Juegos. Y el juego es la actividad principal que teníamos cuando éramos niños. Por tanto, un poco que he sido otra vez niño por 16 días. He sufrido mucho. Las derrotas duelen y muchas no se olvidan y se guardan para el desquite. Pero he reído mucho también, lleno de satisfacción, como cuando Dayron Robles fue el gigante que sin esfuerzo aparente ganó los 110 con vallas.
Los Juegos de Beijing 2008 se acabaron. Es bueno que se acabaran. Ya puedo hacer todo lo demás que dejé de hacer mientras estaba pegado al radio o al televisor, sin dormir a veces lo suficiente. Pero no sé. Me siento vacío. Desorientado. Como si me faltara algo. Pero poco a poco una chispita se me va encendiendo por dentro. NO pienso mucho en ello. Sin embargo, sé que Londres ya empieza a acercarse. Y poco a poco se acercará cada vez más. En el 2012 ya no pensaré en otra cosa que en cómo irán a encender la pira olímpica los británicos. Tendrán que esforzarse mucho los del Támesis para intentar superar a los chinos.
¡Adiós Juegos! Pero dentro de poco, si estamos todavía aquí, podremos pegarnos otra vez al radio y la televisión durante los Juegos de Londres 2012.